Las personas cambian si lo desean y si ven modelos inspiradores en los que ese giro sea posible. Seamos honestos, nos sale más cómodo que sean los otros los que hagan ese esfuerzo titánico de ser distintos. Si queremos que alguien mejore, de hondo, apliquémonos la máxima de San Anselmo "Si el consejo anima, el ejemplo arrastra".
Seamos honestos. A casi ninguno nos gustan los cambios. Los detestamos y en la medida de las posibilidades los cambiamos. No nos encontramos ante nada nuevo. Seamos honestos de verdad. ¿A usted no le gustaría que le tocase la lotería? Y ¿recibir una herencia de un pariente lejano? No nos gustan los cambios pero, entre todos, jugamos ingentes cantidades de dinero a la lotería con la esperanza de que la diosa Fortuna nos señale elegidos. Sin embargo, los clásicos eran sabios, tanto en Roma como en Grecia, Fortuna y Tique respectivamente, eran diosas del azar. Aquí viene lo interesante del azar bueno y del azar malo. Así, se distinguía entre la Fortuna Bona y de la Fortuna Mala. A los españoles de hoy en día no nos ha llegado tan sabia distinción y así las cosas a los cambios que no nos gustan les llamamos cambios (o disgustos). Por el contrario, a los cambios que nos agradan no les llamamos de ninguna manera en concreto sino que mencionamos el hecho en sí y ya está. A nadie le gusta que entre un superior distinto en la empresa cuando se estaba tan a gusto con el jefe que hacía la vista gorda y dejaba llegar tarde, por ejemplo.
La cuestión está en que no asumimos los cambios y lo peor de todo no los queremos asumir igual que un niño pequeño niega la realidad que no le es favorable. Un joven publicitario, a meses vista de su matrimonio afirmaba que el hombre se casa esperando que la mujer no cambie y esta, a su vez, se casa esperando que su pareja cambie. La sentencia, dicho sin ironías, aunque poco precisa tiene bastante de cierto. El matrimonio como la empresa, en cuanto a unión de intereses, está compuesto por personas y como corresponde a nuestra naturaleza albergamos expectativas positivas de los demás respecto a nosotros. Cuando esas expectativas se ven frustradas los hay que abandonan y los hay que pasan a la acción. Las dos opciones son legítimas puesto que son muy humanas. La segunda opción puede entrañar ciertos peligros pues el término acción se puede entender de muchas maneras y no todas válidas ni eficaces. Si lo que pretendemos es cambiar a los demás, moldearlos y modelarlos a nuestro gusto y que sean como nosotros queremos es muy posible que estemos cayendo en un error. No por el hecho de que sea poco ético o no. Consideraciones éticas al margen, si consideramos que a las personas se las puede cambiar encomendémonos a San Judas, patrón de las causas perdidas. No pretendemos ser antropológicamente pesimistas y decir que la gente no cambia. Lo que afirmamos es que a la gente difícilmente se la cambia. En efecto, cuando a usted le han intentado cambiar, a usted, no a sus comportamientos; cuando han querido que fuese otra persona; cuando han querido que al menos aparentase ser otra persona algo comenzaba a funcionar de manera anómala. Al tiempo, poco o mucho, usted se habrá revuelto y se habrá revelado. Todos hemos conocido el caso de los padres que desean que su hijo seaabogado o su hija sea ingeniera, cuando estos quieren ser otra cosa. Lo más normal es que el hijo sea abogado pero que sea un abogado triste o que la hija sea ingeniera pero que se sienta poco afortunada. La anécdota de un potencial estudiante de historia cuyo padre quería que este fuese piloto aludiendo al argumento salarial es pertinente. A trancas y barrancas el chico accede a surcar los aires y a falta de dos asignaturas para poder obtener el título de piloto este cuelga los estudios y se matricula en la que era su pasión, la historia. No se puede poner puertas al campo.
Solemos afirmar, con pesadumbre, que la gente no cambia (como si nosotros fuésemos capaces de ello). En efecto la gente no cambia, sobre todo si la pretendemos cambiar. No podemos conseguir que el empleado sea como nosotros queremos que sea. Como mucho podremos conseguir que haga las cosas de otro modo pero en lo que se refiere al ser no podremos hacerlo cambiar. ¿A usted le gusta que le digan cómo ha de ser? "Tienes que ser más..." "Debes ser menos..." "Siempre has sido..." son expresiones que al otro no le ayudan a cambiar sino que precisamente le pueden reforzar. Y además ¿con qué derecho le decimos al otro que debe ser de tal o cual manera? Simplemente porque ¿no le gusta cómo soy? Si no le gusta como soy es problema del otro. Cuidado que no nos referimos a cómo hacer las cosas o cómo le afectan al otro, pero ser como uno es un todo. Se es o no se es, pero como tal nos han de aceptar y como tales les hemos de aceptar. El problema de que unos cambien a otros radica en que el cambiador coloca automáticamente al otro en una posición de inferioridad y eso provoca la reacción del otro.
Las personas solo cambian su ser si quieren, si lo desean de verdad. Ese es un trabajo individual y lo que es más, íntimo. El resto: podemos ayudar, podemos colaborar, ser acompañantes, guías... llamémosle como queramos pero es labor del otro. Así el primer paso para que alguien cambie es que reconozca que de veras quiere ser otro y otro mejor. Hasta entonces no habrá de cambiar. Pero ¿la gente cambia? Sí, si quiere y si inicia un proceso de trabajo interior y exterior que le lleve a ello; una terapia psicológica, una experiencia transformadora, una experiencia traumática… No se cambia, de hondo, un poema o una conversación o por una sola lectura. Quede claro que cambiar es una opción y un trabajo personal.
Mientras tanto ¿qué podemos hacer con la gente que decimos que no cambia? Las opciones son varias:
Respetar y aceptar la forma de hacer y de ser del otro (mientras no suponga un perjuicio para nosotros. La aceptación que el otro es como es y que no podemos darle entrada en nuestra vida para luego cambiarle es un primer paso. Si se le toma, se le toma con todo lo que trae no solo una parte de su ser (casualmente lo que nos gusta). O se acepta o no. No vale decir que sí al trato y a posteriori poner las condiciones de la relación. Si le intentamos cambiar es que no le hemos aceptado. Tenemos que asumir que a nuestros compañeros de oficina no les preocupa el presupuesto de publicidad o de marketing como a nosotros. ¿Es respetable? Claro que lo es. Del mismo modo que queremos que nuestras opiniones sean respetadas debemos hacer lo propio no solo con la opinión sino con el que la expone.
Ayudar a cambiar es muy distinto de obligar a cambiar. Sugiere cambios en la forma de hacer pero nunca reprochemos la forma de ser. Si no aceptamos que alguien es como es y se lo reprochamos "es que nunca has sido capaz de..." "siempre has hecho..." son críticas a la persona en global puesto que el otro no es capaz de deshacerse de su forma de ser o de hacer. Por todo ello es mejor pedir cambios alcanzables y eso es más agible desde el hacer que desde el ser. Jacques Paradis, lo expresa con finura al explicar su relación paterno filial en la obra Cómo perdonar a nuestros padres: "Supongo que a estas alturas habrán comprendido que la pelea constante no era para mis padres un paliativo, sino la expresión de su naturaleza profunda. ¿Y podemos reprochar a una persona su naturaleza profunda? Podemos reprocharle a alguien pequeños detalles de su comportamiento, injusticias, olvidos, incluso errores graves, pero reprocharle a alguien su naturaleza profunda equivale sencillamente a reprocharle que existe." Si reprochamos al otro cómo es difícilmente cambiará. El caso, verídico, de una mujer que cuando le dijo a su jefe que estaba embarazada, este le contestó: "Pues tenemos un problema". Ahí queda la respuesta de un 'genio' del management y sobre todo del sentido común.
Cambiar nosotros. ¿Y si el problema lo tenemos nosotros? ¿Hay que llamar la atención sobre todo lo que nos molesta de los demás? No tenemos respuesta para eso. Para lo que sí tenemos respuesta y bien contundente es que tenemos que poner límites no ante la molestia pero sí ante el dolor. Aunque solo sea para que luego no podamos quejarnos de que la otra persona no sabía el dolor que nos ocasionaba. No se trata de poner a los demás en su sitio se trata de que los demás conozcan nuestro límite. A ellos ya les colocará su vida. Las personas cambian si lo desean y si ven modelos inspiradores en los que ese giro sea posible. Seamos honestos, nos sale más cómodo que sean los otros los que hagan ese esfuerzo titánico de ser distintos. Si queremos que alguien mejore, de hondo, apliquémonos la máxima de San Anselmo "Si el consejo anima, el ejemplo arrastra".
La cuestión está en que no asumimos los cambios y lo peor de todo no los queremos asumir igual que un niño pequeño niega la realidad que no le es favorable. Un joven publicitario, a meses vista de su matrimonio afirmaba que el hombre se casa esperando que la mujer no cambie y esta, a su vez, se casa esperando que su pareja cambie. La sentencia, dicho sin ironías, aunque poco precisa tiene bastante de cierto. El matrimonio como la empresa, en cuanto a unión de intereses, está compuesto por personas y como corresponde a nuestra naturaleza albergamos expectativas positivas de los demás respecto a nosotros. Cuando esas expectativas se ven frustradas los hay que abandonan y los hay que pasan a la acción. Las dos opciones son legítimas puesto que son muy humanas. La segunda opción puede entrañar ciertos peligros pues el término acción se puede entender de muchas maneras y no todas válidas ni eficaces. Si lo que pretendemos es cambiar a los demás, moldearlos y modelarlos a nuestro gusto y que sean como nosotros queremos es muy posible que estemos cayendo en un error. No por el hecho de que sea poco ético o no. Consideraciones éticas al margen, si consideramos que a las personas se las puede cambiar encomendémonos a San Judas, patrón de las causas perdidas. No pretendemos ser antropológicamente pesimistas y decir que la gente no cambia. Lo que afirmamos es que a la gente difícilmente se la cambia. En efecto, cuando a usted le han intentado cambiar, a usted, no a sus comportamientos; cuando han querido que fuese otra persona; cuando han querido que al menos aparentase ser otra persona algo comenzaba a funcionar de manera anómala. Al tiempo, poco o mucho, usted se habrá revuelto y se habrá revelado. Todos hemos conocido el caso de los padres que desean que su hijo seaabogado o su hija sea ingeniera, cuando estos quieren ser otra cosa. Lo más normal es que el hijo sea abogado pero que sea un abogado triste o que la hija sea ingeniera pero que se sienta poco afortunada. La anécdota de un potencial estudiante de historia cuyo padre quería que este fuese piloto aludiendo al argumento salarial es pertinente. A trancas y barrancas el chico accede a surcar los aires y a falta de dos asignaturas para poder obtener el título de piloto este cuelga los estudios y se matricula en la que era su pasión, la historia. No se puede poner puertas al campo.
Solemos afirmar, con pesadumbre, que la gente no cambia (como si nosotros fuésemos capaces de ello). En efecto la gente no cambia, sobre todo si la pretendemos cambiar. No podemos conseguir que el empleado sea como nosotros queremos que sea. Como mucho podremos conseguir que haga las cosas de otro modo pero en lo que se refiere al ser no podremos hacerlo cambiar. ¿A usted le gusta que le digan cómo ha de ser? "Tienes que ser más..." "Debes ser menos..." "Siempre has sido..." son expresiones que al otro no le ayudan a cambiar sino que precisamente le pueden reforzar. Y además ¿con qué derecho le decimos al otro que debe ser de tal o cual manera? Simplemente porque ¿no le gusta cómo soy? Si no le gusta como soy es problema del otro. Cuidado que no nos referimos a cómo hacer las cosas o cómo le afectan al otro, pero ser como uno es un todo. Se es o no se es, pero como tal nos han de aceptar y como tales les hemos de aceptar. El problema de que unos cambien a otros radica en que el cambiador coloca automáticamente al otro en una posición de inferioridad y eso provoca la reacción del otro.
Las personas solo cambian su ser si quieren, si lo desean de verdad. Ese es un trabajo individual y lo que es más, íntimo. El resto: podemos ayudar, podemos colaborar, ser acompañantes, guías... llamémosle como queramos pero es labor del otro. Así el primer paso para que alguien cambie es que reconozca que de veras quiere ser otro y otro mejor. Hasta entonces no habrá de cambiar. Pero ¿la gente cambia? Sí, si quiere y si inicia un proceso de trabajo interior y exterior que le lleve a ello; una terapia psicológica, una experiencia transformadora, una experiencia traumática… No se cambia, de hondo, un poema o una conversación o por una sola lectura. Quede claro que cambiar es una opción y un trabajo personal.
Mientras tanto ¿qué podemos hacer con la gente que decimos que no cambia? Las opciones son varias:
Respetar y aceptar la forma de hacer y de ser del otro (mientras no suponga un perjuicio para nosotros. La aceptación que el otro es como es y que no podemos darle entrada en nuestra vida para luego cambiarle es un primer paso. Si se le toma, se le toma con todo lo que trae no solo una parte de su ser (casualmente lo que nos gusta). O se acepta o no. No vale decir que sí al trato y a posteriori poner las condiciones de la relación. Si le intentamos cambiar es que no le hemos aceptado. Tenemos que asumir que a nuestros compañeros de oficina no les preocupa el presupuesto de publicidad o de marketing como a nosotros. ¿Es respetable? Claro que lo es. Del mismo modo que queremos que nuestras opiniones sean respetadas debemos hacer lo propio no solo con la opinión sino con el que la expone.
Ayudar a cambiar es muy distinto de obligar a cambiar. Sugiere cambios en la forma de hacer pero nunca reprochemos la forma de ser. Si no aceptamos que alguien es como es y se lo reprochamos "es que nunca has sido capaz de..." "siempre has hecho..." son críticas a la persona en global puesto que el otro no es capaz de deshacerse de su forma de ser o de hacer. Por todo ello es mejor pedir cambios alcanzables y eso es más agible desde el hacer que desde el ser. Jacques Paradis, lo expresa con finura al explicar su relación paterno filial en la obra Cómo perdonar a nuestros padres: "Supongo que a estas alturas habrán comprendido que la pelea constante no era para mis padres un paliativo, sino la expresión de su naturaleza profunda. ¿Y podemos reprochar a una persona su naturaleza profunda? Podemos reprocharle a alguien pequeños detalles de su comportamiento, injusticias, olvidos, incluso errores graves, pero reprocharle a alguien su naturaleza profunda equivale sencillamente a reprocharle que existe." Si reprochamos al otro cómo es difícilmente cambiará. El caso, verídico, de una mujer que cuando le dijo a su jefe que estaba embarazada, este le contestó: "Pues tenemos un problema". Ahí queda la respuesta de un 'genio' del management y sobre todo del sentido común.
Cambiar nosotros. ¿Y si el problema lo tenemos nosotros? ¿Hay que llamar la atención sobre todo lo que nos molesta de los demás? No tenemos respuesta para eso. Para lo que sí tenemos respuesta y bien contundente es que tenemos que poner límites no ante la molestia pero sí ante el dolor. Aunque solo sea para que luego no podamos quejarnos de que la otra persona no sabía el dolor que nos ocasionaba. No se trata de poner a los demás en su sitio se trata de que los demás conozcan nuestro límite. A ellos ya les colocará su vida. Las personas cambian si lo desean y si ven modelos inspiradores en los que ese giro sea posible. Seamos honestos, nos sale más cómodo que sean los otros los que hagan ese esfuerzo titánico de ser distintos. Si queremos que alguien mejore, de hondo, apliquémonos la máxima de San Anselmo "Si el consejo anima, el ejemplo arrastra".
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